El pasado día 11 de mayo falleció Carmen Pérez de Andrés. Estoy seguro de que hay muchas personas con más derecho que yo para escribir estas líneas pero, a pesar de ello, no quiero renunciar a dedicarle unas palabras de recuerdo a una gran amiga. Conocí a Carmen en Cartagena, cuando se incorporó al Museo Nacional de Arqueología Marítima y Centro Nacional de Investigaciones Arqueológicas Subacuáticas. Trabajadora incansable y rigurosa a quien no le arredraban los retos ni las dificultades y allí, en el Dique de Navidad, teníamos de sobra para repartir entre quienes nos visitaban. Años duros, que el entusiasmo y la inconsciencia de la juventud permitían transformar en simples inconvenientes fáciles de superar. Allí empezamos a ser amigos al mismo tiempo que poníamos en marcha las campañas de arqueología subacuática, la investigación en materiales orgánicos empapados de agua, los cursos para formar técnicos en arqueología y restauración subacuáticos, el pecio de Mazarrón, etc. Al ver hoy en lo que se ha convertido el ARQUA, no puedo dejar de pensar que en buena parte se lo debe a Carmen.
Su entusiasmo y firme determinación para marcarse objetivos y superar dificultades no disminuirían, sino todo lo contrario, durante su estancia en Simancas al frente del Centro de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Castilla y León, donde puso en marcha las líneas maestras de lo que hoy es ese Centro. Su competencia profesional y, sobre todo, su capacidad para crear equipos, le permitieron llegar mucho más allá de lo que hubiese cabido esperar en un primer momento, aprovechando al máximo, como sólo un buen gestor sabe hacer los recursos humanos y materiales con los que contaba. Carmen convirtió el Centro de Restauración de Simancas en un referente dentro del campo de la investigación en materia de conservación de los bienes muebles a nivel nacional, demostrando que no es sólo cuestión de medios sino, sobre todo, de ideas y de personas.
En cada uno de sus destinos Carmen fue dejando generosos retazos de sí misma. En todos ellos volvió a mostrar profesionalidad, capacidad de trabajo y voluntad de superación, junto a una cualidad natural para relacionarse con los compañeros, convencida de que la cultura y la conservación del Patrimonio, son proyectos corales, donde los personalismos no tienen cabida. Su paso por el Museo del Traje, el Museo del Ejército, el Instituto del Patrimonio Cultural y el Museo Arqueológico Nacional, dan sobradas muestras de lo que fue como profesional y como persona.
Como suele ocurrir cuando fallece alguien a quien apreciábamos, el cerebro se esfuerza en buscar en los rincones más remotos de nuestra memoria aquellos momentos y circunstancias que creíamos perdidos. Ahora se agolpan en mi memoria los primeros recuerdos de cuando la conocí. Me sorprendió su carácter fuerte y decidido, su franqueza, la de una mujer que destilaba independencia y una voluntad férrea para marcar el rumbo de su vida y perseguir sus objetivos y sus sueños. Su dedicación al trabajo, para el que no tenía horario, su seriedad y compromiso para sacar adelante todo tipo de proyectos por complicados que fueran y, al mismo tiempo, su amor por la vida, su generosidad con el tiempo, lo único realmente valioso que poseemos, para compartirlo con los compañeros, los amigos y sobre todo con su familia.
Hoy, el mundo es un lugar un poco menos luminoso, al menos para mí, porque se ha ido una gran persona y sobre todo una buena amiga. Ante su pérdida sólo puedo pensar que me gustaría creer en otra vida donde volver a encontrarla.
Víctor Antona